Hace años que sigo a Laura Gutman. Exactamente 8 años. No soy una seguidora incondicional, y me gusta ser crítica con algunos puntos que trata, pero explica el cómo y el porqué de las emociones de una forma que siempre consigue removerme. Por eso siempre que le leo es muy poco a poco, porque me resulta difícil digerir lo que dice, admitir, reconocer y reflexionar sobre lo que dice, y he de reconocer que los últimos años había aparcado sus libros, y sólo leía de vez en cuando algunos artículos o publicaciones breves que encontraba en su web.
Hoy he asistido a una conferencia de Laura Gutman por primera vez. Lleva un tiempo viniendo al menos una vez al año, de la mano de Meitaimaitie y de su familia, pero no había tenido la oportunidad de asistir. Aunque algún virus ha intentado impedirlo, finalmente he podido asistir a la conferencia de hoy en el Cine Modelo de Zarautz.
La sala estaba repleta y las 3 horas de conferencia han sido muy especiales, sin embargo no quiero hacer un repaso de todo lo que ha hablado, además todo está sus libros así que no hay mejor forma de conocerle que sumergirse (eso sí, poco a poco) en ellos. Sin embargo hoy me he quedado con dos conceptos, que no consigo quitármelos de la cabeza. No son nuevos, había leído sobre ellos, pero hoy me han dado un poco más de luz y me han abierto un poquito más los ojos sobre algunos temas que llevaba tiempo «rumiando».
Fusión emocional y el tanque de agua
Quien ha leído a Laura Gutman sabe de lo que hablo. Sabe de qué va lo de la fusión emocional, o al menos ha leído sobre ello. Explicado brevemente, es la unión o la conexión que se da entre la madre y el bebé recién nacido creando un territorio emocional común.
La teoría me la sé, me la sabía, pero hoy, de repente, cuando Laura ha explicado esta fusión emocional con la metáfora del tanque de agua, he visto que esa fusión tenía todo el sentido del mundo para mí. Escuchar a Laura hablar del tanque de agua que comparten madre e hijo me ha abierto los ojos a algunas cuestiones que llevan ya un tiempo dándome vueltas en la cabeza, me ha abierto la puerta a respuestas de muchos porqués.
Esta metáfora del agua habla de que cuando una mujer tiene un hijo comparte un espacio común que puede asemejarse a un tanque de agua. Un tanque de agua en el que ambos se sumergen, nadan y conviven juntos. Estar juntos en ese tanque hace que las percepciones del entorno sean comunes, y cada uno viva como suyas las percepciones del otro. Si la temperatura del agua baja a penas necesitaremos que el bebé nos reclame la temperatura del agua, ya que seremos nosotras las que sintamos igualmente la bajada de temperatura. Al fin y al cabo este símil lo que nos hace ver es que ese espacio natural de emociones, ese espacio tan intuitivo (lejos de lo racional) es un espacio único y que sólo existe si esa fusión emocional se da. Los problemas comienzan cuando estar dentro de ese tanque es un problema: porque estamos cansadas, porque nadie nos sostiene, porque el bebé nos reclama constantemente, porque esas aguas hace que afloren además emociones y vivencias que arrastramos de nuestra infancia… El agua del tanque a veces se revuelve, se llena de cosas que no sabemos cómo gestionar, y hacer un trabajo de depuración de ese agua, depurar sentimientos que ni siquiera sabemos de dónde vienen es duro, es complicado y más cuando además recibimos cientos de mensajes externos que nos animan a volver cuanto antes al estado previo a nuestra maternidad (trabajo, vida social…).
Cuando somos madres, yo al menos lo he vivido así, de repente descubres un acercamiento intuitivo hacia tu hijo que está lejos de cualquier lógica o razonamiento. Sientes, presientes… Realmente nos estamos sumergiendo en el tanque de agua. Sin embargo, esa «intuitividad» está infravalorada en nuestra sociedad y es ahí cuando muchas mujeres deciden salirse del tanque. Deciden y pasarse al bando racional, más facilmente gestionable.
Al salir del tanque de agua todo es más «fácil». Pasamos de compartir espacio emocional a vivir vidas en paralelo en las que compartimos espacio, compartimos tiempo, compartimos el día a día, cuidados, sin duda, no abandonamos a nuestro bebé, lo queremos, pero hemos dejado de sentirlo. Si dejamos de compartir ese territorio emocional con nuestros hijos, dejamos de observarlos, dejamos sentir a nuestros hijos, dejamos de respetar los sentimientos que nos generan las manifestaciones de nuestro bebé y en definitiva dejamos de compartir un espacio emocional que a veces es imposible volver a recuperar.