El tema de hoy es un temazo. Sé que no es nuevo, y que habréis oído y leído sobre ello más de una vez. Así ha sido en mi caso al menos.
Que poner límites es bueno, que es por su bien, que tiene que aprender… Sin embargo, siempre he tenido la sensación de que me quedaba en la superficie, que tenía que haber algo más en el fondo que me hiciera comprender cómo y por qué.
Hace unas semanas tuve la suerte de compartir un buen rato de agradable conversación con Laura Soraluze, psicóloga y responsable del espacio Psi&Co. Un espacio dedicado a la psicología infanto-juvenil y a actividades de crianza y psicoeducativas así como a la psicoterapia de niños, adolescentes y adultos.
Hablamos de muchas cosas, pero me llamó la atención el hincapié que hizo Laura en la importancia del establecimiento de límites en la educación y crianza de nuestros hijos. Me aseguró que la falta de capacidad de los padres de poner límites a los niños es uno de los grandes problemas con los que se encuentra en consulta. «Los problemas pueden dar la cara de diferentes formas, pero el origen es la mayoría de las veces el mismo», me dijo Laura.
No dudé en proponerle profundizar, y ella aceptó. Así que de eso hemos hablado esta tarde en el Graffiti de Radio Euskadi de hoy. Tenéis el audio al final del post, y el texto de lo más relevante que nos ha contado Laura Soraluze, a continuación. Espero que os ayude como a mí a centrar el tema y darle la importancia que merece.
Este tema de los límites puede convertirse en un tema «delicado», y me atrevería a decir, tras escuchar atentamente a Laura, que controvertido.
Eider pregunta. Laura responde. Os adelanto que Laura y una servidora hemos hablado muuuucho sobre el tema y quizá nos pongamos «profundas» en algunos puntos, pero insisto en que el tema bien merece profundizar, aunque sea un poquito.
¿Qué nos está pasando?
Hemos pasado, en unos años, de una sociedad autoritaria a una posición casi opuesta, en la que se dan altas dosis de libertinaje. Parece que nos dé miedo hablar de disciplina, por sus tintes aparentemente represivos, y en lugar de cambiar el tono en la aplicación de la disciplina, directamente la hemos eliminado. Es evidente que de donde veníamos, no era el marco ideal, ¿pero lo es ahora? Nos hemos deshecho de los límites, en lugar de modificar la forma de gestionarlos.
Si hace años se sufría por la rigidez con la que si inculcaban valores esenciales mediante castigos e imposiciones, hoy los niños, se encuentran ante el vacío de no tener puntos de referencia visibles para distinguir lo bueno de lo malo, o lo que está o no permitido.
Unos padres autoritarios valoran la obediencia incuestionable, sin aceptar opiniones que contradigan lo que ellos consideran adecuado. Unos padres con autoridad ejercen firme control cuando es necesario, pero explican su posición respetando los intereses, opiniones y personalidad del niño.
Tan dañino es un «sí por sistema», como un «no por costumbre».
¿Qué son exactamente los límites?
Las normas y los límites no son un medio para controlar, coartar, o que simplemente los niños obedezcan, sino un método que les ayuda a integrarse en la sociedad mostrándoles patrones de conducta reconocibles.
La palabra límite no tiene que ver con limitación, sino con protección.
El límite es una separación física o simbólica que marca una distinción entre dos realidades. Es un punto de referencia que hace que los niños se sientan más seguros.
Sería complicado en un post de este tipo profundizar en las diferencias entre límites, normas, físicas y emocionales, pero sería importante ser conscientes de que la libertad y la satisfacción del placer propio son la máxima aspiración para un ser humano, sin embargo es evidente que no puedo hacer lo que quiero, cuando quiero y como quiero, ignorando la existencia del otro, que tiene el mismo derecho a gozar de su propia libertad. En este punto podemos afirmar que con los límites se descubre la existencia del otro y por tanto, se descubre también la propia.
Los límites son reglas que regulan el comportamiento, de forma que suponen: contener, guiar, proteger, prevenir y no solo sancionar.
¿Cómo deben ser los límites?
Los límites deben ser:
- Firmes. Consistencia y solidez.
- Cálidos. Opuestos al maltrato, afectuosos y con cariño.
- Organizados y coherentes.
Un par de ejemplos.
Las primeras rutinas (entre los 3 y 15 meses)
Los límites en este periodo tienen que ver con la creación de una rutina diaria (sueño, comidas, etc.) y de unas normas de seguridad (apartarle de un sitio peligroso, prohibirle tocar objetos…).
Hacia los 9 meses el bebé ya entiende que algo está prohibido si le decimos “no” en tono decidido y con cara de desaprobación. Ésta es la mejor manera de empezar a inculcarle algunas normas básicas, sobre todo si nuestro “no” es constante, decidido y claro. Pero no hay que enfadarse con él ni castigarle, ya que a esta edad no hace trastadas a conciencia y éstas provienen de sus deseos lógicos de explorar. Al final de esta etapa el propio niño empieza ya a decir “no” mientras hace una trastada: es buena señal, indica que sabe que no debe hacerlo, aunque su curiosidad sigue venciéndole.
A partir de los 16 meses
ya es más libre y hay que ser más rigurosos con los límites. No es sencillo, ya que al hacerlo chocamos con un nuevo descubrimiento del niño, el sentido del “yo”: ya entiende que él es una persona autónoma, no una parte de su madre, como hasta ahora creía, y le gusta imponerse. Al rebelarse se afianza. Por ello contesta con un “no” o se va corriendo cuando le pedimos que venga. Conviene darle cierta libertad y opciones para elegir, por ejemplo en la ropa (así se siente autónomo), pero ser firmes en temas importantes: somos nosotros los que decidimos la hora de dormir, lo que ve en la tele, etc. Es bueno permitirle que proteste, ya que con sus rabietas expresa su frustración, pero sin ceder.
¿Por qué son importantes?
Para un niño tener puntos de referencia claros sobre lo que debe o no debe hacer es vital porque:
- Le ayuda a entender e integrar las normas que rigen el mundo en el que vive.
- Le ayuda a sentirse seguro al saber predecir las consecuencias de su propia conducta. Le ofrece la seguridad de saber a qué atenerse en todo momento.
- Le ayuda a ser “mejor persona” y, por lo tanto, a tener un buen concepto de sí mismo.
En consecuencia, ¿qué supone la falta de ellos?:
- Sin límites el niño se siente perdido.
- Los niños más inseguros y temerosos parecen ser aquellos hijos de padres muy permisivos o que tienen un criterio educativo incoherente o en constante cambio.
- Falta de autonomía
- Baja tolerancia a la frustración.
- Inconstancia.
- Baja autoestima
- Dificultad para saber lo que quiere.
¿Y cómo se hace? ¿Cómo establecemos límites firmes?
Los mensajes deben ser claros y constantes. Las órdenes deben darse de una en una dando un margen de tiempo al niño para que la asimile e incluso preguntarle para comprobar que la ha entendido, repitiendo si no estamos seguros de que el mensaje haya llegado correctamente. Hacerlo con calma, y si procede, fijar las consecuencias que traerá consigo su incumplimiento, actuando en consecuencia (estos aspectos pueden variar dependiendo la edad del niño o de la niña).
Parece evidente, pero a veces le decimos al niño frases como «pórtate bien» cuando él realmente no está recibiendo nada que él entienda, porque no sabe «qué es portarse bien». Centrémonos en un mensaje más concreto.
Importante no iniciar otra actividad antes de terminar la actual y reforzar el esfuerzo del niño, no tanto el éxito del resultado, sino el esfuerzo realizado por conseguirlo.
Y un aspecto muy importante al establecer límites: debemos centrarnos en la conducta concreta del niño, nunca en la valía general del niño.
Conclusiones
En definitiva, establecer límites a veces es complicado, puesto que en muchos casos supone una generación de conflictos que no son agradables para nadie, pero que por muy cansados que estemos, son conflictos absolutamente necesarios.
Y si tuviéramos destacar una única virtud de la que deberíamos hacer gala en esto de los límites es, sin duda, es la constancia. Absolutamente imprescindible.
Muchos padres piensan que si son exigentes con sus hijos, éstos les querrán menos, se rebelarán y no habrá quien los domine. Por lo general, les sorprende que ante una mano firme pero cariñosa, sus hijos respondan relajándose y respondiendo mejor. Los niños necesitan límites y normas claras y se sienten más seguros y más cómodos cuando los tienen.
Mil gracias Laura.
Si queréis escuchar todo lo que hemos hablado, no es perdáis el audio del programa de esta semana, también en Graffiti de Radio Euskadi (sobre el tema de hoy, a partir del punto 01:15:30).