Han pasado 166 días.
Hemos tenido 166 días para pensar.
Yo he tenido a mis hijos conmigo durante 166 días de manera prácticamente ininterrumpida. Hemos cocinado, jugado, estudiado, hemos sobrevivido a un encierro que hemos intentado llevar lo mejor posible, hemos cumplido con una desescalada de locos. Con la llegada del verano tomamos una serie de decisiones como no viajar, no movernos de nuestro entorno cercano, crear una pequeña burbuja social que nos permitiera relacionarnos con más niños y adultos, dentro de un un entorno más o menos estable. Han sido decisiones que hemos tomado como familia, pensando que era lo mejor para nosotros y para nuestro entorno. No ha sido fácil. No ha sido cómodo. Y tampoco sé si ha sido la mejor opción, pero hemos intentado ser coherentes y apostar por algo.
Nuestros gobiernos han tenido los mismos 166 días para pasar por las fases que de alguna forma hemos pasado todos: desconocimiento, desconcierto, asimilación, adaptación, resistencia, estabilidad. No he sido nada crítica con las decisiones que se han tomado. Me parecía todo tan complicado que me limitaba a escuchar, reflexionar y acatar. Sinceramente he creído que, teniendo en cuenta la situación, se estaba haciendo lo que se podía de la mejor manera posible. Que no era fácil.
Sin embargo, desde que llegaron el verano y la «nueva normalidad» todo ha sido un cúmulo de despropósitos. Decisiones con un fuerte olor a intereses puramente económicos y políticos. Han jugado a decidir cómo y cuándo tenernos contentos y calladitos, permitiendo elecciones, ocio, hostelería, turismo… Vía libre para que el rebaño esté tranquilo y satisfecho.
Y ahora llega la hora de la verdad. De las decisiones importantes. Decisiones y alternativas que se deberían haber estado estudiando y valorando desde el día 1. Y estamos a día 166, prácticamente igual que el día 1. Y ahora yo ya no puedo quedarme callada. No puedo limitarme a escuchar, reflexionar y acatar.
Hace unas horas he escuchado al Presidente del Gobierno decir que las familias podíamos estar tranquilas porque nuestros hijos «van a estar en el centro escolar con todas las garantías de seguridad, incluso mejor de lo que han estado seguramente durante las últimas semanas». Lo único que me faltaba es que Pedro, Nekane, Iñigo, Isabel o Perico de los Palotes venga a decirme a estas alturas que viene a salvarme, porque yo no he cuidado bien de mis hijos hasta ahora, y gracias a ellos ya puedo estar tranquila porque en el cole van a estar seguros.
Yo quiero que mis hijos empiecen el próximo 7 de septiembre al cole. Ellos quieren volver y creo que les haría mucho bien emocionalmente sentir que algo puede volver a ser como antes, pero no quiero que ellos sean un arma más para tenernos a los padres calladitos, trabajando y sin problemas de conciliación. Y no quiero que vuelvan a cualquier precio.
Creo que las familias con niños no nos merecemos levantarnos un sábado, 22 de agosto, a 16 días de empezar el curso, y leer en prensa, «Salud (Gobierno Vasco en este caso) llama a que los niños no jueguen entre ellos». ¿Ha llamado Salud en algún momento a que los adultos no «jueguen» entre ellos? ¿Qué tamaño de despropósito es éste? ¿Quién puede ser tan sinvergüenza de hacer ese llamamiento cuando ha permitido, cuando no fomentado, la concentración de gente sin ningún tipo de garantía de cumplimiento de las normas? Me parece un acto de incompetencia y cobardía volver a poner el foco en los niños y en las familias cuando hemos sido los ignorados y relegados de toda prioridad durante estos 166 días.
La educación es clave, pero es que el colegio es además el entorno que permite que los niños se relacionen en igualdad de condiciones, independientemente de su situación familiar, social o económica. Y solo por esto, por garantizar que todos los niños tengan ese derecho a vivir como niños, debería haber sido fundamental sentar las bases de un vuelta al cole segura. Sin embargo, hoy el colegio se ha convertido en muchos casos en algo imprescindible para los padres, una necesidad (que a veces se vende como necesidad inminente de los hijos de relacionarse), ese lugar donde se deja/aparca a los niños la mayor cantidad de horas posibles para que nosotros podamos cumplir con nuestra vida y con nuestro trabajo. Y por eso mismo, estoy plenamente convencida de que se nos va a intentar vender una «casi total normalidad» para que una vez más el rebaño se mantenga tranquilo y satisfecho. Y a partir de ahí, sobre la marcha. Como siempre.
Esto lo estoy escribiendo hoy, 25 de agosto, a 13 días de empezar el curso, sin saber el planteamiento/recomendaciones definitivas del Gobierno Vasco y sin saber, por tanto, el protocolo de actuación final del centro escolar de mis hijos que sigue a la espera de noticias del correspondiente Departamento de Educación.
No me gustaría estar ahora en la piel de los responsables de los centros sobre los que se ha descargado la responsabilidad de la decisión final, sin recursos, sin apoyos. Centros que tienen que velar por la seguridad de sus profesores, de sus alumnos, y que además de alguna manera tienen que satisfacer las necesidades de sus «clientes», los padres. Intereses que yo veo imposibles de conciliar. Veremos quién sale perdiendo.
Después de 166 días, seguimos esperando.