Han tenido que pasar casi 3 años y una pandemia para que me anime a volver a escribir en el blog.
Hoy se cumplen 44 días desde que cerraron los colegios y nos instaron a quedarnos a todos en casa por una alta tasa de contagios de una enfermedad por coronavirus llamada COVID-19. Una enfermedad que había empezado a afectar a muchas personas de forma desigual, desde personas asintomáticas, o con síntomas leves, hasta personas con afecciones graves que no conseguían sobrevivir.
Todos habíamos oído hablar de la enfermedad desde hacía unas semanas, pero las noticias y las informaciones iban cambiando a medida que pasaban las horas. Desde una simple gripe hasta lo que es ya por todos conocido (hasta el día de hoy al menos).
Y así, estado de alarma decretado por el Gobierno de España mediante, nos encontramos confinados en nuestras casas desde el 13 de marzo. Sin clases presenciales en los colegios, telestudiando, teletrabajando en el mejor de los casos, saliendo de casa para lo imprescindible, y viviendo una situación que jamás podíamos, yo al menos, imaginar.
Nuestras vidas se habían paralizado. Los planes se habían esfumado.
Desde el día 1 de confinamiento yo entré en modo «ahorro de energía». Inconscientemente bloqueé todo lo que no fuera supervivencia básica, familia, casa, comida. Mantener esos tres ámbitos limpios, sanos, tranquilos y en equilibrio, me parecía más que suficiente. Yo, como la mayoría de la gente, pensé que podía ser un buen momento para hacer un montón de cosas para las que habitualmente no tenía tiempo, pero era absolutamente incapaz. Veía en Instagram a gente horneando bizcochos y galletas sin parar, haciendo yoga, tablas de ejercicios, manualidades a diestro y siniestro, y en nuestra casa pasaban las horas sin más, ni menos.
Durante más de 3 semanas fui incapaz de escribir. Fui incapaz de leer una sola página de un libro. Lo intenté, a duras penas, pero no lo conseguí. Pero el 3 de abril recibí la habitual «Psicoletter de los viernes» de Marina Díaz, psicóloga que conocí ya hace varios años gracias al proyecto de plataforma de atención psicológica online en la que tuve la suerte de trabajar. Y en aquel email Marina hablaba, como otras muchas veces, de lo terapéutico de escribir. De eso ya no tiene que convencerme a estas alturas, pero esto que dijo hizo un clic en mi cerebro:
Escribir un diario siempre es una buena idea; en un momento como este, más todavía.
Porque si piensas que nunca olvidarás la locura del coronavirus en 2020… te equivocas.
Te acordarás, claro, de lo que dirá la Wikipedia y de algunas anécdotas sueltas, pero olvidarás cómo viviste la situación desde dentro, qué sentías, qué pensabas.
Efectivamente, ¿cómo podía estar perdiendo semejante oportunidad? Y desde ese mismo instante comencé a luchar contra mi estado de hibernación. Tenía que volver a escribir, era justo lo que necesitaba. Marina se había ocupado además de facilitarme un enlace en el que ¡una aplicación se encarga de generar ideas sobre las que escribir durante el periodo de cuarentena!
Tras ese clic del viernes, el sábado recibí por Whatsapp el mensaje que me inspiró, me animó y terminó de desbloquearme. El mensaje no podía venir de otro grupo de Whatsapp que no fuera el de las mujeres más guerreras e inspiradoras que conozco (sí sois vosotras, Adivina Girls). Ana y Haridian plantearon el reto de lanzar en un video un mensaje a través de los títulos de varios libros, y me encantó. Me pareció tan difícil y tan interesante a la vez, que para cuando me di cuenta estaba paseándome por las estanterías de casa seleccionando libros y sentada delante del ordenador escribiendo un texto que me salió en 1 minuto. Grabé el vídeo, me uní al reto, lo compartí… y de repente me desbloqueé.
Escribir sobre todo lo que está pasando me está ayudando a descargar, a ser consciente de cómo me estoy sintiendo, cómo lo estamos viviendo, porque además de dejarlo escrito para la posteridad me ayuda a estar más presente. Escribir, junto con sacar mis plantas a la terraza, regalarlas y quitarles el polvo, se ha convertido en mi momento mindfulness. Sí, quizá suene raro, pero de momento, es lo que hay.
Escribir se ha convertido en mi momento mindfulness.
También nos hemos animado a hornear alguna galleta y a hacer algunas manualidades, editar algunos videos (inspiradas por Ana de Sweetlulu) que hemos compartido con familia y amigos, a elaborar alguna receta un poco más creativa…
Disfrutando y dosificando energía, que esto va para largo.